Opinión

Por primera vez en la historia del cine peruano han coincidido cinco producciones nacionales en una misma cartelera. De las cinco películas que se disputan el público para mantener sus salas llenas, tres de ellas han sorprendido con propuestas estéticas que representan al Perú de maneras muy distintas. Esta disputa ha convocado bandos a favor y en contra para cada película en las redes y los medios.   

Yana-Wara (2023), la película que no consiguió culminar Oscar Catacora (1987-2021), sino su tío Tito, es la más audaz de todas ellas. Con escenas sostenidas que parecen viñetas en blanco y negro, la hermosa y terrorífica Yana-Wara, nos cuenta en aimara la violenta historia de cómo llegó la educación escolar a una comunidad aislada geográficamente, a través del abuso que comete el profesor contra Yana-Wara, una niña enmudecida, protegida por su abuelo. El público se ha dividido en un bando que se conmovió con la historia indesligable de su estética y fantasmagoría; y otro bando que se alzó contra una suerte de vergonzoso retrato de una comunidad peruana, dejando de lado que estaba ambientada cuarenta años atrás. Así ya no es el Perú dijeron unos, por qué tenemos que seguir victimizándose añadieron otros. 

La biografía de Ernesto Pimentel, Chabuca (2024), ha sido una audaz apuesta por una estética cuir con guiños a la obra de Giuseppe Campuzano. Sin embargo, sus partes no llegan a ensamblarse debido a los bruscos giros del guion, incluido un inusual final escrito. Empieza siendo la orientación sexual el tema principal y luego lo reemplaza una historia de desamor. Quizá la victimización pueda ligar sus partes: el esfuerzo de Pimentel por no victimizarse desde niño debido a su homosexualidad, y de ahí su rechazo al novio que lo victimizó al punto de contagiarle el VIH. Igual queda mucho suelto y el cambio de tema oculta lo mejor de la película, su propuesta estética. El público se ha dividido en un bando a favor del novio que falleció hace veinte años, y otro bando, homofóbico, se ha declarado opuesto, asqueado con la “suciedad” con la que nombra la orientación sexual de sus protagonistas. 

Con La piel más temida (2023), el debate pasó de las redes a la televisión. Como la película cuenta cómo la protagonista descubre que su padre fue parte de Sendero Luminoso y conoce a su abuela quechua, un conductor del canal de noticias N pidió al cine que la retirara por  “romantizar el terrorismo” con dinero que el Estado no debiera darle a ninguna película, menos a esta. La voz del conductor es la del bando que desde el Congreso de la República y en colusión con algunos medios de comunicación, victimiza a las fuerzas armadas y manipula su vacía definición de terrorismo, para ocultar que durante el enfrentamiento contra Sendero y otras organizaciones armadas, el Estado también utilizó el terror y cometió terribles masacres y asesinatos. Un bando que boicotea toda producción cultural que se atreva a recordarlo. Y justamente, Joel Calero, director de La piel más temida, tiene el don de haber imaginado una trilogía de cómo el pasado no se puede ocultar. Cómo invade el presente, el ahora. Sus películas tratan del preciso e inesperado momento en que el conflicto armado retorna para interpelar la memoria. 

Lo bueno es que hay ese otro bando que crece y persevera, aquel que sí ve La piel más temida, el que se conmueve con Yana-Wara, el que extraña a Campuzano y verá Arde Lima, un bando que seguirá luchando para que el arte no nos deje olvidar nuestra historia. Porque el verdadero arte, no engaña. 

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cine peruano, joel calero, la piel mas temida

¿Qué día del Trabajo se puede celebrar con más del 70% de los trabajadores laborando en situación de informalidad, sin ningún beneficio ni derecho, trabajando para mypes que, a su vez, en un 86% también son informales?

Allí está la madre del cordero de la anomia política que el Perú vive. No hay empresarios, obreros, empleados, sindicatos, burocracia privada o estatal, que muestre alguna organización, interés de clase y, por ende, cierta característica sociológica que haga predecible su conducta política.

La informalidad no solo genera un gravísimo problema tributario, también es la madre del cordero de todos los problemas de impredictibilidad política del país y cada vez de modo más creciente.

Por eso vemos una encuesta como la reciente de Ipsos que muestra que el 42% de los ciudadanos no se identifican como de derecha o de izquierda, sino en el rubro “no sabe/no opina”. Y aún entre los que sí lo hacen, no cabe atribuirle un papel predictivo a su presunta identidad ideológica.

El Perú político se está deteriorando a pasos agigantados. El 2006, Alan García pudo derrotar a Humala levantando al cuco del chavismo. El 2021 ni siquiera la evidente vinculación de Pedro Castillo con el Movadef, organismo de fachada de Sendero Luminoso, alertó a la población que le votó respecto de los peligros de ello.

Por eso, en las elecciones los candidatos suben y bajan de una semana a otra, tornando casi imposible prever un resultado hasta el último momento. Y eso se va a repetir el 2026, con el agravante de que en las segundas vueltas, adquieren mayor relevancia los criterios proestablishment/antiestablishment que en las primeras vueltas (¡un 24% de los electores de Rafael López Aliaga en la primera vuelta del 2021 votó en la segunda por Pedro Castillo!).

La informalidad, creían ingenuamente algunos, generaba una masa de protoliberales llanos a prestar luego su concurso electoral a opciones de centroderecha. La realidad demuestra que no es así. Puno es el mejor ejemplo de ello. Es una región identificada con el comercio y el empresariado informal y vota siempre por la izquierda.

Mientras no se emprenda una reforma estructural que disminuya los rangos de informalidad del país no solo sufriremos las consecuencias económicas de esa disfuncionalidad sino que veremos sus coletazos incidir en la marcha político electoral del país.

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1ro. de mayo, día del trabajador, trabajadores informales

Los empresarios suelen preguntar, ante el panorama que se avecina, qué hacer, cómo apoyar, cómo ayudar a que el panorama pavoroso que se asoma, con la eventual presencia de dos disruptivos radicales en la segunda vuelta, conduzca al país al abismo insondable del autoritarismo populista.

Hay varias cosas que pueden hacer. Primero, participar en política, inscribiéndose en partidos y eventualmente arriesgándose a una postulación. Por lo general, las experiencias de empresarios metidos en política han sido buenas, porque aportan conocimientos técnicos, experiencia laboral y conocimiento de la realidad.

Segundo, en cuanto foro suelen realizar con candidatos o líderes políticos de la centroderecha, exigir una concertación que evite que haya treinta candidatos de ese sector ideológico que dispersen el voto y le sirvan la mesa a los de izquierda radical señalados. Los empresarios son influyentes. En lugar de obras por impuestos, que sea financiamiento por alianzas.

Tercero, involucrar a sus propios trabajadores -que son millones en el sector formal- en campañas de inmersión en los valores democráticos y de economía de mercado. Hay varias ONG que efectúan esos trabajos divulgatorios. Es cuestión de contratarlos y hacer esa labor de pedagogía. Hay que empezar por casa.

Cuarto, financiar ONGs que se dediquen a formar una suerte de observatorio escrupuloso y detallado de la idoneidad de los candidatos al Congreso. No queremos repetir un Legislativo repleto de mochasueldos, “niños” u operadores de las mafias ilegales. No hay lamentablemente bases de datos integradas en el país, pero una ONG dedicada a eso, con buen financiamiento, puede aportar mucho en detectar a los pillos que pretendan irrogarse la representación nacional.

El país se la está jugando el 2026 y los empresarios tienen que ser conscientes de lo que pueden perder y de su responsabilidad ciudadana mayor, por el rol social que ocupan. Ya está siendo tarde, el tiempo apremia y hay que movilizarse en defensa de la democracia y la economía social de mercado que mal que bien aún tenemos en pie en el país.

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empresarios políticos, lideres políticos

“Sobre la muerte, sin exagerar”, poema de la poeta polaca Wislawa Szymborska, nos ofrece una mirada irónica y reflexiva sobre la muerte, desmitificándola y presentándola como un proceso imperfecto e incluso torpe. A partir de esta visión, podemos abordar el tema del derecho a la muerte digna, un asunto complejo y fundamental en la sociedad actual, ejemplificado en el caso de Ana Estrada y la labor de su abogada Josefina Miró Quesada Gayoso.

La muerte, como bien describe Szymborska, es un evento inevitable. No sabe de estrellas, de puentes, ni de las maravillas que la vida nos ofrece. Sin embargo, a pesar de su naturaleza inevitable, la muerte no debería ser un proceso indigno o lleno de sufrimiento. El derecho a la muerte digna, como lo luchó Ana Estrada, implica garantizar que las personas que se enfrentan al final de su vida puedan hacerlo de manera pacífica, con autonomía, sin dolor innecesario y dignidad.

Ana Estrada, diagnosticada con polimiositis, se convirtió en un símbolo de la lucha por el derecho a la muerte digna en el Perú. Su caso marcó un hito al ser la primera persona en el país en acceder a la eutanasia, tras una larga batalla legal liderada por su abogada Josefina Miró Quesada Gayoso.

Estrada, quien padecía una enfermedad progresiva e incurable que le causaba un deterioro físico irreversible, solicitó la eutanasia como una forma de evitar un mayor sufrimiento y preservar su dignidad. Su caso generó un intenso debate en la sociedad, poniendo sobre la mesa la necesidad de legislar sobre la muerte digna y garantizar el derecho de las personas a tomar decisiones sobre su propio final de vida.

Miró Quesada Gayoso, defensora incansable de los derechos humanos, acompañó a Estrada en su lucha legal con valentía, solvencia, empatía y determinación. Su labor fue fundamental para visibilizar el caso y generar conciencia sobre la importancia del derecho a la muerte digna. Gracias a su trabajo, Estrada pudo acceder a su deseo de morir en paz y con dignidad, marcando un precedente histórico en el Perú.

La muerte, como bien describe la poeta, no es todopoderosa. «No existe vida, que, aun por un instante, no sea inmortal». La vida, en todas sus formas, es un bien preciado que debe ser protegido y celebrado. El derecho a la muerte digna, como lo defendieron Ana Estrada y Josefina Miró Quesada Gayoso, no busca acelerar la muerte, sino ofrecer un marco de respeto y compasión para que las personas puedan afrontar su final de vida con dignidad y autonomía.

Es importante destacar que el derecho a la muerte digna no es un tema homogéneo. Existen diferentes perspectivas éticas, religiosas y culturales que deben ser consideradas y respetadas. Sin embargo, el diálogo abierto y honesto sobre este tema es fundamental para avanzar hacia una sociedad más justa y compasiva, donde todas las personas puedan tener la libertad de elegir cómo y cuándo quieren morir.

La muerte, como bien describe Wislawa Szymborska, siempre llega con «ese instante de retraso». No debemos temerle, sino afrontarla con valentía y dignidad, reconociendo la fragilidad de la vida y la importancia de vivirla al máximo. El derecho a la muerte digna, como lo ejemplifica el caso de Ana Estrada y la labor indesmayable de Josefina Miró Quesada Gayoso, es un canto a la vida, un reconocimiento a la autonomía de las personas y un compromiso con la construcción de una sociedad más humana y compasiva. 

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Ana Estrada, derechos humanos, dignidad, eutanasia, Josefina Miró Quesada Gayoso, muerte digna

Fernando Puelles Morales | Director de Finanzas Corporativas – Grupo PRACDA

La Junta de Normas Internacionales de Contabilidad – IASB por sus siglas en inglés, (International Accounting Standards Boards), emitirá la NIIF 18: Presentación y revelación en estados financieros. Esta norma diseñada para mejorar la utilidad de la información presentada y revelada en los estados financieros promete brindar a los inversionistas una visión más transparente y comparable del desempeño financiero de las empresas.

Desde su creación hace más de dos décadas, la Junta de Normas Internacionales de Contabilidad (IASB) ha sido una fuerza motriz en la estandarización de la contabilidad a nivel mundial. Su última contribución, la Norma Internacional de Información Financiera (NIIF) 18: «Presentación y revelación en los estados financieros», marca un hito significativo en la evolución de la normativa contable.

La NIIF 18 representa una revisión sustancial de las reglas contables para la preparación de estados financieros, reemplazando a la Norma Internacional de Contabilidad (NIC 1): «Presentación de estados financieros», que ha estado en vigor a nivel global desde 2001. Este cambio no solo promete mejorar la transparencia y comparabilidad de la información financiera, sino que también plantea una serie de desafíos para las empresas que aplican NIIF.

Una de las principales características de la NIIF 18 es su alcance universal, ya que afectará a todas las entidades que apliquen las NIIF, independientemente de su sector. Además, su entrada en vigor el 1 de enero de 2027, con la posibilidad de adopción anticipada, obliga a las empresas a prepararse para cumplir con los nuevos requisitos en un plazo determinado.

Entre los cambios más destacados que trae consigo la NIIF 18, para mejorar la utilidad de la información presentada y revelada en los estados financieros, se encuentran:

  • Comparabilidad mejorada en el estado de pérdidas y ganancias. Esta nueva NIIF introduce tres categorías definidas de ingresos y gastos (operativos, de inversión y financieros), así como nuevos subtotales definidos, incluida la utilidad operativa. Estos cambios proporcionarán a los inversores un punto de partida consistente para analizar el desempeño de las empresas y facilitarán la comparación entre ellas.
  • Mayor transparencia de las medidas de desempeño definidas por la administración. La NIIF 18 requiere que las empresas revelen explicaciones de las medidas específicas de la empresa relacionadas con el estado de resultados, denominadas medidas de desempeño definidas por la administración. Esto mejorará la transparencia y la comprensión de estas medidas, haciéndolas sujetas a auditoría.
  • Agrupación de información más útil en los estados financieros. La norma establece una guía mejorada sobre cómo organizar la información en los estados financieros principales o en las notas. Se espera que esto proporcione información más detallada y útil para los inversores, incluyendo más transparencia sobre los gastos operativos.

Sin embargo, la implementación de la NIIF 18 no será tarea fácil. Se requerirá una aplicación retroactiva, lo que significa que las entidades deberán reformular la información comparativa de los estados financieros y las notas aplicables. Esto puede representar un desafío significativo, especialmente para aquellas empresas que operan en mercados bursátiles como la Bolsa de Valores de Lima.

Andreas Barckow, presidente del IASB, comentó: «La NIIF 18 representa el cambio más significativo en la presentación del desempeño financiero de las empresas desde que se introdujeron las Normas de Contabilidad NIIF hace más de 20 años. Brindará a los inversores mejor información sobre el desempeño financiero de las empresas y puntos de anclaje consistentes para sus análisis».

Es evidente que los costos de implementación y aplicación continua de la NIIF 18 variarán para cada empresa, dependiendo de una serie de factores como los sistemas contables, las prácticas de presentación actuales y la naturaleza de las actividades comerciales. Sin embargo, esta transición también ofrece una oportunidad única para que la administración comprenda y aborde anticipadamente los desafíos, identificando oportunidades para optimizar los beneficios que la nueva norma traerá a los usuarios de los estados financieros.

En conclusión, la emisión de la NIIF 18 marca un cambio significativo en el panorama contable global. Si bien presenta desafíos, también ofrece la oportunidad de mejorar la calidad y la relevancia de la información financiera, lo que beneficiará a las partes interesadas y contribuirá a una mayor transparencia en los mercados financieros.

Según reciente encuesta de Ipsos, un 25% de la población cree que el APRA volverá al Congreso y un 14% que volverá a la Presidencia. Estas cifras deben haber caído como maná del cielo en los predios de la avenida Alfonso Ugarte.

La encuesta no es un buen predictor, por cierto, pero revela que puede estar reconstituyéndose una base de apoyo popular a un partido que en su segundo mandato no lo hizo mal y podría estar recuperando justicieramente un lugar que, por ejemplo, sin justicia alguna, logró recuperar Acción Popular.

Se ve difícil que el APRA pueda armar una buena plancha presidencial, aunque ya lo hemos dicho antes, una tríada Roque Benavides-Carla García, Renzo Ibáñez sería muy potente y atractiva. Quizá su rol político esencial, dada su experiencia, sea ser la bisagra que permita a la centroderecha unirse y no presentarse suicidamente fragmentada como lo viene haciendo hasta ahora.

En ese pacto, el APRA obviamente tendría que subordinar apetitos y ceder lugares, pero tiene varios cuadros capaces de ser buenos candidatos al Senado (Mauricio Mulder, Jorge del Castillo, Luis Gonzáles Posada, entre otros) y una miríada de jóvenes que pueden sorprender como candidatos a la cámara baja.

El APRA merece un sitio en la historia. Reiteramos que, como lo dijimos en columna reciente, le corresponde, corrigiendo las omisiones del segundo mandato de Alan García, ocupar el espacio de una centroizquierda liberal y contribuir, con su sapiencia adquirida, a conformar uno o dos grandes frentes de centro o centroderecha en el país, si no queremos regalarle el país a la extrema izquierda.

Es tarea difícil, por el enorme desprestigio que arrastran los partidos tradicionales, pero las encuestas señaladas son propicias y debería reanimar las voluntades al interior del partido y abocarse a superar las cruentas rencillas internas que hoy lo tienen paralizado y atrapado. Ya es tiempo de que las resuelvan y dediquen sus energías políticas a afrontar el gran desafío nacional que la democracia peruana tiene por delante, el 2026, circunstancia en la que se va a requerir el concurso de todos los partidos democráticos, entre los cuales destaca el aprismo.

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Apra, Carla García, Partido Aprista Peruano

Es una terrible injusticia histórica y política que la izquierda radical -o en cualquiera de sus variantes- reaparezca con posibilidades ciertas para el escenario del 2026.

Porque ella fue socia o cómplice del corrupto, golpista y terriblemente ineficiente régimen de Pedro Castillo, que causó en poco tiempo la ruina del país y lo hubiera destruido si no fuera porque, ajochado por las investigaciones de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, y su sentido de culpabilidad, quisiese patear el tablero el 7 de diciembre del 2022 (si Zoraida Ávalos hubiera conducido la Fiscalía de la Nación, hasta hoy estaría Castillo y con 80 “niños” destruyendo el país).

Ese lapso de gobierno fallido debiera haber servido para curar en salud a los peruanos que lo votaron y llevarlos a una reconvención de sus principios, pero lamentablemente eso no ha ocurrido así. La centroderecha cometió el gravísimo error de sostener el mandato de Dina Boluarte hasta el 2026 y con ello le ha dado oxígeno a la izquierda para salir de cuidados intensivos y presentarse -¡oh paradoja!- como opción nueva frente al electorado.

El Congreso adefesiero que tenemos, coludido con una mediocre gestión, como la de Boluarte, percibida como una coalición derechista por las mayorías, le ha servido de pólvora a los discursos radicales de Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, quienes se perfilan como las más potentes cartas de esa izquierda para los venideros comicios.

Si le sumamos la manutención de las condiciones sociales que explicaron el estallido electoral de Castillo, la absoluta desigualdad en los servicios de salud, educación, seguridad, infraestructura básica que existe entre la Lima acomodada y el resto del país, se entenderá por qué puede seguir prendiendo un discurso que, llevado a la práctica, ya demostró su inviabilidad.

Si se hubiese adelantado el proceso electoral, como inicialmente aprobó el Congreso, el país se hubiera volcado masivamente por alguna opción de centroderecha sensata y moderna -claro está, sin la fragmentación suicida que hoy muestra- y el país hoy estaría reconducido por la senda de las reformas que tanto se esperan. Perdimos una oportunidad histórica que ahora nos pasa factura al resucitar una seria amenaza al orden democrático y económico hasta hoy relativamente vigente.

La del estribo: dos recomendaciones imperdibles. La primera, la notable película La piel más temida, de Joel Calero, que como parte de la saga estrenada en La última tarde, ahonda en los grises de los rezagos del conflicto armado interno. Actuaciones sobresalientes de Juana Burga y Luis Cáceres. La segunda, Maquillage, obra de hace más de 70 años, de Jorge Eduardo Eielson, como parte de los homenajes que se están efectuando en el país, por los cien años de su nacimiento. Va en el Británico solo hasta el 5 de mayo. Es una gran comedia, brillantemente protagonizada por un elenco actoral de primera. Entradas en Joinnus.

Los candidatos de izquierda radical recorren el país de cabo a rabo. Lo hacen especialmente en la zona del sur andino, su bastión electoral más importante. Su cálculo es sencillo: allí los ciudadanos van a votar en la primera vuelta del 2026 como lo hicieron en la segunda vuelta del 2021, es decir 80% a favor de un candidato de izquierda extrema.

El sur andino representa el 20% del electorado nacional y si logran ese porcentaje ya tendrían el 15% de la votación nacional asegurada. Si le suman el resto del mundo andino y los bolsones de pobreza de la costa y la selva peruana podrían trepar hasta un 25% o más.

Y hablamos de los votos totales, eso se traduce luego en votos válidos en cerca del 30% o más. No solo se aseguran el pase a la segunda vuelta y el colocar una voluminosa bancada parlamentaria, sino eventualmente -si subsiste la fragmentación de la derecha y el centro- de repente colocar a dos candidatos de izquierda en la jornada definitoria del 2026.

Mientras eso ocurre, los candidatos de la centroderecha -para englobar a todos- se dedican a salir en Willax, canal N y RPP, algún canal de señal abierta y a escribir en periódicos limeños. Así creen que se hace política y que ello les va a redituar en votos en el proceso electoral. Craso y trágico error.

La visita presencial no tiene reemplazo. Se pueden acompañar de estrategias modernas de microsegmentación social para hacerlas más eficaces, pero no hay nada que sustituya la llegada al mercado, a la plaza, comer algo del puesto de comida ambulante, dar entrevistas a los medios locales, recorrer sus calles, dejarse ver, conversar con la gente humilde, escucharlos y aprender de la realidad nacional. El día que se acerquen los votantes a las urnas, ese recuerdo pesará más que haberlo visto al candidato en televisión limeña, sin lugar a dudas.

No es prematuro empezar desde ya. El grado de malestar e insatisfacción ciudadana en el sur andino es casi refractario al cambio. Se van a tener que redoblar esfuerzos para conseguir algo del fondo de la olla. Se necesita, por ello, un trabajo de largo aliento. Ya los tiempos son cortos. Queda apenas año y medio de campaña por delante. Ojalá se tome conciencia de ello.

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Candidatos de Izquierda, Democracia

El pasado jueves 18 de abril, en su casa de Florida, falleció el guitarrista, compositor y cantante Forrest Richard Betts, conocido entre los amantes del rock clásico como Dickey Betts, integrante original de uno de los grupos más influyentes de lo que terminó llamándose “southern rock”, pero no solo de su sonido sino también de su imagen y actitud. Sus inspirados y electrizantes solos pasaban del country al blues, del blues al jazz y del jazz a la improvisación libre en un abrir de cerrar y ojos, construyendo impredecibles fraseos de puro sentimiento y filo, enmarcados en estructuras musicales fijas que evolucionaban hasta convertirse en extensos “jams” (*). Aunque su nombre no es conocido para nadie -salvo para expertos-, su inflamada Gibson Les Paul -a la que llamaba Goldie- y sus composiciones aseguraron la supervivencia del grupo, tras los trágicos decesos, en poco más de un año, de dos de sus miembros fundadores. Betts había cumplido 80 en diciembre del 2023.

(*) En terminología musical, “jam” o “jam session” es lo que pasa cuando músicos -a veces de un mismo grupo, a veces de varios- se juntan para tocar sin previo ensayo o preparación y van elaborando pasajes instrumentales por inspiración espontánea. Aunque proviene del jazz clásico, se comenzó a aplicar también, en los setenta, en contextos rockeros. En el universo de la salsa/latin jazz el equivalente es “la descarga”. Y en Argentina se acuñó el término “zapada”, para referirse a lo mismo. 

En la larga tradición del rock norteamericano, The Allman Brothers Band es una de las columnas vertebrales, un crisol de influencias y virtuosismos que, en su momento, dejó boquiabiertos a quienes tuvieron la fortuna de verlos en vivo y en directo. El nombre del grupo alude a una pareja de hermanos nacidos en Nashville (Tennessee) pero criados en Florida, que venían tocando en diversos ensambles de rock y blues desde comienzos de los sesenta hasta que el mayor, Duane, consiguió trabajo como guitarrista de sesiones al otro lado del país, en los históricos Estudios FAME (Muscle Shoals, Alabama), donde grabó con astros del R&B y el soul como Aretha Fanklin, Wilson Pickett, entre otros; mientras que el vocalista/tecladista Gregg, un año menor, se mudó a Los Angeles, California. Allí, los “brothers” se reunieron nuevamente en 1969 con intención de armar un grupo para hacer música propia.

En solo dos años y medio, entre diciembre de 1969 y marzo de 1972, la banda de los hermanos Allman cambió el panorama del blues-rock que se tocaba hasta entonces. Sus álbumes The Allman Brothers Band (1969) e Idlewild south (1970) mostraron a dos guitarristas extremadamente virtuosos que, aun bajo las restricciones de los estudios de grabación, sorprenden por su ilimitada capacidad para combinar estilos y cruzar funciones. Por un lado, Duane Allman, intuitivo y sinuoso gracias a su dominio de la slide; y Dickey Betts, contundente y creativo, de inagotable precisión, con canciones que pasaron de inmediato al canon del rock clásico como Dreams, It’s not my cross to bear, Trouble no more -original de 1955 del bluesero Muddy Waters (1913-1983), Midnight rider o el instrumental Don’t want you no more, del británico Spencer Davis. 

Pero si uno quiere realmente introducirse en el universo sonoro del sexteto original -que completaban el bajista Berry Oakley y los bateristas/percusionistas Jai Johany “Jaimoe” Johanson y Butch Trucks-, lo mejor es escuchar el disco doble en directo At Fillmore East, que resume dos noches de marzo de 1971 en la legendaria sala de conciertos neoyorquina, regentada por el productor Bill Graham (1931-1991). Desde el poderoso inicio con Statesboro blues -adaptación de un tema escrito en 1928 por Blind Willie McTell (1898-1959) hasta los más de veinte minutos de Whippin’ post, compuesta por Gregg Allman para el LP debut y que se convertiría en uno de sus imperecederos emblemas, este álbum es un viaje, en todos los sentidos posibles, que recoge la intensa dinámica de The Allman Brothers Band en vivo.

Aunque los reflectores solían concentrarse en los Allman, esto no dañó para nada el funcionamiento colectivo del grupo, que se entendía a sí mismo como una familia, más allá de los apellidos. Betts y Oakley venían de tocar juntos en una banda llamada The Second Coming y fueron siempre muy unidos, mientras que Trucks y Jaimoe conocían a Duane desde sus sesiones en Muscle Shoals. La unidad de este combo imbatible de blues-rock pudo haberse quebrado para siempre tras las muertes de Duane Allman y Berry Oakley, ocurridas en octubre de 1971 y noviembre de 1972, respectivamente. Ambos murieron a la misma edad, 24 años. Y por el mismo motivo, accidentes en sus motocicletas. Sin embargo, el grupo siguió adelante y, casi sin descansar, decidieron homenajear de manera permanente a sus hermanos caídos con interminables giras y una cadena de álbumes hasta su primera separación en 1976.

“Yo soy el guitarrista famoso, pero Dickey es el mejor” solía decir Duane, cuando le preguntaban por su cómplice en esto de las guitarras dobles, una práctica en la que fueron pioneros. El joven guitarrista había adquirido estatus de leyenda de las seis cuerdas e incluso gozaba de la admiración de connotados colegas como Eric Clapton, con quien trabajó en el disco Layla and other assorted love songs (1970), uno de los mejores álbumes de esa época. Tras su mortal accidente, Betts asumió las funciones de líder, apoyando a Gregg durante la profunda depresión en la que cayó por la muerte de su hermano. Pero, además de esa valentía y voluntad de hierro, Betts contribuyó con composiciones originales que, con el paso de los años, fueron conformando el catálogo básico para cualquier lista de reproducción o recopilación de éxitos de la banda. Por ejemplo, tenemos Revival (Idlewild south, 1970), Southbound (Brothers and sisters, 1973) o Blue sky (Eat a peach, 1972). Y están, por supuesto, los instrumentales.

In memory of Elizabeth Reed -nombre que Betts sacó de una de las lápidas del cementerio Rose Hill de Georgia para ocultar la verdadera identidad de la mujer que lo inspiró para componerla- condensa, en los casi siete minutos de la versión original, incluida en el segundo álbum del grupo (Idlewild south, 1970), la quintaesencia del sonido de The Allman Brothers Band: el intercambio entre solos y riffs de las dos guitarras, el crecimiento paulatino de acordes suaves a la frenética parte final, la base rítmica del bajo y las dos baterías, el profundo y casi litúrgico Hammond B-3. Se trata de uno de los momentos cumbre del rock de los setenta, en una época de enorme creatividad esparcida por todos lados y la aparición permanente de bandas dispuestas a destronarse mutuamente. Aquí podemos escuchar la versión acústica que grabaran en vivo, en 1994.

Brothers and sisters (1973), el primer disco que lanzaron tras la doble tragedia motera, demostró que había The Allman Brothers Band para rato. Exhibiendo una sorprendente capacidad de recuperación y a pesar del consumo indiscriminado de distintas sustancias, los cuatro restantes, apoyados por el pianista Chuck Leavell y el bajista Lamar Williams, ratificaron su ascendencia entre los rockeros más duros con una selección de canciones interpretadas con pasión y pulcritud. Wasted words, escrita por Gregg, contiene finos fraseos de guitarra slide de Betts, quien además firma cuatro de las siete canciones del disco, entre ellas el brillante instrumental Jessica -dedicado a su hija- y un tema que, a la larga, sería su único single Top 10, de letra simple que le habla al oído y por igual al camionero, al obrero de construcción, al oficinista o al músico trashumante que va de carretera en carretera-, y que se escucha hasta ahora en las estaciones radiales norteamericanas especializadas en rock clásico, Ramblin’ man.

Los años siguientes, Dickey Betts combinó su trabajo en The Allman Brothers Band con una serie de intermitentes lanzamientos solistas. Altamente recomendable es, por ejemplo, el LP Highway call (1974), su primer lanzamiento como líder, en la misma línea del country-rock que hiciera populares a agrupaciones como Eagles, Nitty Gritty Dirt Band o The Flying Burrito Brothers, ligeramente al margen de las largas exploraciones instrumentales de su banda matriz, con la excepción del tema Hand picked, que casi alcanza los quince minutos de duración. También en esos años publicó los álbumes Dickey Betts & Great Southern (1977, donde destaca Bougainvillea) y Atlanta’s burning down (1978), con su propio grupo llamado The Great Southern, a veces presentado como The Dickey Betts Band y que, en años posteriores, cruzó caminos y surtió de nuevos integrantes a The Allman Brothers Band, como los guitarristas Dan Toler (1979-1982) y Warren Haynes (de 1990 en adelante).

A pesar de su importancia dentro del engranaje musical y artístico de The Allman Brothers Band, el perfil público de Dickey Betts se mantuvo siempre bajo. Si bien es cierto los seguidores del grupo tenían claro su papel, lo general es que se le identificara como un integrante “secundario”. Conocido por su gesto adusto, característico bigote delgado y carismática imagen de rudo vaquero/motociclista -que inspiró a uno de los personajes de Cameron Crowe, el divo guitarrista de la banda Stillwater de su recordada película Almost famous (2000)-, Betts fue desarrollando, quizás por ese motivo, una personalidad renegada, casi ausente. Un episodio, narrado hace pocos días en la revista especializada Rolling Stone, nos da un vistazo del carácter irascible del fallecido músico: 

“En 1993, Dickey Betts fue invitado a tocar en el evento de inauguración y toma de mando de Bill Clinton, junto a Bob Dylan, The Band, Stephen Stills, entre otros… Tras bambalinas, según cuenta él mismo, Betts se cruzó con “uno de esos idiotas de saco y corbata” que le dijo: “tienes que cortar algo de leña antes de tocar con los famosos”. Betts enfureció y golpeó al tipo, que cayó noqueado encima de Dylan, mientras este descansaba sobre un sofá. Betts tuvo miedo de haberle pegado a un congresista, pero resulta que era un compadre que trabajaba con uno de los artistas invitados. “Sentí alivio…”, dijo Betts. “Estaba seguro de que vendrían a arrestarme”.

Esa clase de reacciones le trajo más de un problema, entre arrestos y denuncias por agresión, como aquella vez en que terminó preso por golpear a dos efectivos policiales en 1976. Además de ello, su indomable comportamiento comenzó a provocar tensiones al interior de la banda, dañando la relación con sus compañeros y, en especial, con Gregg Allman. El año 2000, justo cuando el grupo inició sus históricas apariciones anuales en el Beacon Theater de New York, que se extendieron hasta el año 2014, Gregg terminó sacándolo -a través de una carta firmada por el resto del grupo- de The Allman Brothers Band, debido a sus excesos alcohólicos. Betts respondió a aquel despido con dos discos de gran factura, Let’s get together (2001) y The collectors #1 (2002). Luego de ello, Dickey Betts y Gregg Allman se enfrascaron en agrios problemas legales y dejaron de dirigirse la palabra durante años. Sin embargo, el díscolo guitarrista logró limar sus asperezas con su amigo de toda la vida, poco antes de su fallecimiento.

Al escuchar Hittin’ the note (2003), la última producción oficial en estudio de The Allman Brothers Band -la única sin Dickey Betts-, se puede percibir en el aire que algo falta, aun cuando el trabajo de las dos nuevas guitarras en la banda es extraordinario (escuchen, por ejemplo, Instrumental illness o Desdemona). Eso de “nuevas guitarras” es, por cierto, un decir, puesto que Warren Haynes (64) y Derek Trucks (44) ya no eran, para ese momento, novatos. El primero, eximio ejecutante de la guitarra slide y excelente vocalista, llegó a la banda de la mano de Betts y el segundo, sobrino del baterista Butch Trucks, fue considerado un niño prodigio -comenzó a tocar en conciertos a los 9 años. Ambos, además, hicieron su camino propio con dos grupos derivados: Gov’t Mule, fundado por Haynes junto al bajista Allen Woody (1955-2000), miembro de The Allman Brothers entre 1990 y 1997; y, por el lado de Derek, The Tedeschi Trucks Band, junto a su esposa Susan.

Con la muerte de Dickey Betts, solo un integrante del sexteto original queda vivo, el baterista Jai Johany “Jaimoe” Johanson, que el próximo julio cumplirá también 80 años. En el 2017, cuatro décadas y media después de los fatales accidentes sufridos por Duane Allman y Berry Oakley, fallecieron los dos restantes, Butch Trucks y Gregg Allman. El primero se suicidó a los 69, debido a múltiples problemas económicos. Y en cuanto al menor de los Allman, sucumbió al cáncer de hígado, a la misma edad, tras años de batallar con dicha enfermedad. Betts, retirado del ambiente musical desde el 2014, reconoció en una de sus últimas entrevistas haber cometido muchos errores en su vida pero también se mostró orgulloso de su reconciliación con Gregg: “He tenido una buena vida y no me quejo. Hice bien mi trabajo y nada de lo que haga ahora podrá superar aquello por lo que me hice conocido. Tengo el mayor de los respetos por Gregg. Toda esa historia de que nos odiábamos es pura mierda, ¡yo amaba a ese viejo maldito!”. Genio y figura, hasta la sepultura.

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